“Café Society” (2016)
“La vida es una comedia, escrita por un comediógrafo sádico”.
En su nueva película Woody Allen
nos traslada a Los Ángeles de los años 30 a través de una ambientación
sobresaliente. Allí ha decidido mudarse desde Nueva York un joven llamado Bobby
Dorfman (Jesse Eisenberg) aprovechando que su tío Phil (Steve Carrell) – con el
que anteriormente no tiene relación – es un importante agente de Hollywood. Su
tío le contrata como su ayudante y le presenta a su secretaría Vonnie (Kristen
Stewart), de la que Bobby se enamora perdidamente. Vonnie sufre un desengaño
amoroso: el hombre con el que lleva un año saliendo decide cortar con ella
porque es incapaz de dejar a su mujer. Esto desencadena que Vonnie y Bobby
comiencen una relación, pero cuando están haciendo planes de futuro para
empezar una vida juntos en Nueva York, el hombre con quien salía se decide a dejar
a su mujer para empezar una vida con Vonnie. Vonnie tendrá que elegir entre
continuar sus planes de futuro con Bobby o volver con su expareja, que se trata
ni más ni menos que del tío Phil.
Allen se vale de este triángulo amoroso
como hilo conductor para tratar temas como la frivolidad que envuelve al idealizado
mundo de Hollywood, el oportunismo humano, e incluso hace un homenaje al cine
de gánsteres (que recordemos que fue en estos años cuando el cine
norteamericano desarrolló este género, con películas como “Scarface, el terror
del hampa” (1932) de Howard Hawks o “Hampa dorada” (1931) de de Mervyn Le Roy).
Éste último tema, en mi opinión, no llega a estar suficientemente cohesionado en
la narrativa fílmica y termina dando la impresión de ser un inserto falto de
congruencia.
Por otro lado, un aspecto
especialmente negativo de Café Society es que todos los temas que acabamos de
mencionar son tratados con tal carencia de profundidad que el espectador ni
siquiera alcanza a acariciar las entrañas de los mismos, imposibilitando su
implicación emocional en su desarrollo: unos gánsteres arquetípicos y
caricaturescos, la frivolidad hollywoodiense plasmada en un par de
conversaciones a lo largo de la película y, lo más grave de todo, una historia
de amor que no llega a transmitir.
Ahondando en las causas de esto
último, creo que se debe principalmente a dos motivos.
El primero está originado por el
casting seleccionado para la pareja protagonista. Esto no quiere decir que la
interpretación individual de ambos actores (Jesse Eisenberg y Kristen Stewart)
carezca de la calidad requerida, sino que es la combinación de dos personajes
demasiado insustanciales y apagados lo que hace que los sentimientos no
traspasen la pantalla para llegar al espectador, que en su lugar contempla cómo
dos sujetos simulan sentir un sucedáneo de amor vacuo. Jesse Eisenberg, en su
papel de alter ego de un joven Woody Allen, concuerda con esta escasa
impetuosidad en lo que respecta a los sentimientos amorosos. Pero considero que
para compensar y sustentar el equilibrio se debería haber escogido a una
intérprete femenina con mayor potencia y vigor, en lugar de a Kristen Stewart,
cuyo registro es bastante limitado y no ha sabido salir de ese papel de chica
anodina e insulsa que representaba en “Crepúsculo” (2008); pero que en este
último caso era compensado con un cautivador y enigmático Robert Pattinson.
El segundo fundamento para esta
carente inoculación de sentimientos en el espectador es la unidimensionalidad
de los personajes. Se trata de personajes tan planos que la audiencia no llega
a conocerlos realmente, no alcanza a sentir empatía por su historia. Por
ejemplificar esto diremos que al público le da igual que Vonnie acabe con Bobby
o con Phil, porque ninguno de ellos ha logrado transmitir la trascendencia emocional
que esta decisión implica. La personalidad de éstos está poco trabajada, lo
cual podría solucionarse sin demasiada complejidad con herramientas como la
alusión a los problemas ético-morales que se les plantean por la culpabilidad
que sienten por haber sido infieles (o el remordimiento experimentado por
abstenerse de sufrir esta culpabilidad) o el dolor que les produce la ausencia
de su amado.
Estos dos motivos que acabamos de
mencionar provocan que la magnificencia de la última secuencia de la película
pierda efectividad. En ella, un formidable Vittorio Storaro (primerizo en
trabajar con Allen y director de fotografía de obras como “El último tango en
París” (1972) y “Apocalypse Now” (1979)) refleja la soledad que sienten los
protagonistas por acabar separados mostrando a cada uno en una fiesta diferente
-paradójicamente rodeados de gente y con su actual pareja-, y haciendo un
fundido encadenado que superpone un primer plano de ambos rostros con la mirada
perdida: ¿quizás quede un resquicio de esperanza para su historia de amor?
Continuando con el espléndido
trabajo de Storaro, llaman la atención los movimientos de cámara empleados:
poco usuales y de increíble belleza. Además utiliza este recurso con mesura,
sin aturdir al espectador, ya que sabe mantener la cámara estática cuando el
plano resulta demasiado estimulante desde el punto de vista narrativo. Asimismo,
es destacable el atractivo de los encuadres y composiciones visuales que logra
crear.
El cromatismo acapara más
atención en la obra que el que llegan a alcanzar algunos personajes. De hecho,
está más trabajado y experimenta una evolución mayor a lo largo de la obra que
muchos de éstos. Predominan los tonos anaranjados en las escenas de Hollywood,
quizás en alusión a que el film se sitúa en los años dorados de este cine.
Estas tonalidades se contraponen con un cromatismo grisáceo que se emplea en
las escenas de Nueva York. Veamos un ejemplo de este contraste en el plano-contraplano
de la conversación telefónica que mantiene Bobby (al poco de llegar a su
habitación en Los Ángeles) con su familia (que se sitúan en su casa de Nueva
York).
Ilustración 1: Plano extraído de "Café Society" (2016) de Woody Allen. |
Ilustración 2: Plano extraído de "Café Society" (2016) de Woody Allen. |
De hecho, este cromatismo que alterna planos demasiado anaranjados con otros fríos y grisáceos recuerda enormemente al empleado en otra obra escrita y dirigida por Allen, que también está ambientada en los años 30: “Acordes y desacuerdos” (1999).
Ilustración 3: Plano extraído de "Acordes y desacuerdos" (1999) de Woody Allen. |
Ilustración 4: Plano extraído de "Café Society" (2016) de Woody Allen. |
Otro aspecto que intenta aludir al cine de aquellos años son las transiciones mediante cortinillas, que aunque en esos años fueran usuales (son empleadas, por ejemplo, en “The Star Packer” (1934)), ahora resultan chocantes e incluso sacan al espectador de la diégesis del relato.
Por último, podemos concluir que
se trata de una comedia romántica con trazos dramáticos que emana un marcado
estilo alleliano:
En primer lugar, esta obra
mantiene su carácter de autor autobiográfico. En esta ocasión Allen permuta
hacer un cameo en pantalla por convertirse en el narrador no presente. No
obstante, aunque no interprete ningún papel, refleja en el protagonista desde
rasgos de su personalidad hasta su ambición, su procedencia judía e incluso el
oficio de su padre como grabador de joyas.
En segundo lugar, cobran
relevancia en la obra dos de sus grandes pasiones: Nueva York y el jazz. Éste
último además conforma la banda sonora con canciones como "I Didn't Know
What Time It Was" interpretada por Benny Goodman and His Orchestra.
Pero lo más inconfundible del
carácter especial de su obra es, sin duda, su humor elevado. Esto hace que su
primera película rodada en digital no pueda ser considerada una obra apta para
todos los públicos. No se trata de un problema relativo a la edad de los
espectadores porque exhiba contenido sexual explícito o violento, sino porque para
poder disfrutar de la experiencia en profundidad Allen exige al espectador
cierto nivel cultural (en este caso, un mínimo de interés y/o cultura
cinematográfica).
“-Te presento al ganador de dos premios de la Academia.
- No me conocerás. Soy guionista.”
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